Tres meses después del naufragio en la Quinta Vergara, las sombras de aquella noche fatídica persiguen a George Harris. Su debut en el Festival de Viña 2025, lejos de ser una coronación, se convirtió en un inesperado vía crucis, donde el veredicto implacable del «Monstruo» ahogó los tímidos intentos de rescate de sus compatriotas en la galería. El descontento del público chileno resonó con fuerza, transformando su presentación en uno de los puntos álgidos de la polémica del certamen.
Las cámaras indiscretas de «Detrás de la Quinta» descorrieron el telón del backstage, revelando la cruda postal del comediante venezolano tras el descenso del escenario. Visiblemente tocado, Harris se esfumó del recinto, blindado por su equipo, rehuyendo cualquier contacto con la prensa o la masa que minutos antes lo había abucheado. «Huyó», sentenció Natasha Kennard, mientras Tita Ureta graficó la premura de su retirada «Su mujer lo llevó automáticamente, diciendo ‘no, ninguna entrevista, nada, nos vemos‘».
La polvareda levantada por su fallido show trascendió la simple pifiada, con Harris deslizando una punzante acusación de xenofobia hacia el público chileno, un dardo que encendió un debate candente. Sin embargo, el venezolano optó por el silencio estratégico, desapareciendo del mapa mediático con la misma velocidad con la que abandonó el escenario. Su refugio: la habitación de un hotel, sin declaraciones ni gestos de acercamiento hacia la herida abierta con el «Monstruo».
Viña 2025 se incrustó en la memoria de George Harris como un lunar amargo, un recordatorio de la exigencia inclemente del público latinoamericano. Su tropiezo no solo marcó un punto bajo en su trayectoria, sino que también sirvió como un crudo ejemplo del Everest que representa la Quinta Vergara para cualquier artista que ose conquistarla.